2 - Conservación
Un mundo para Sofía
Texto Curatorial por Patricia Villanueva
I – La curiosidad
Se dice que la evolución del ser humano se debe en gran parte a aquella curiosidad que nos caracteriza como especie: lo que todos queremos, es comprender el mundo.
Anhelamos saber quienes somos pero también qué somos, cómo funcionamos y qué nos afecta. El conocimiento es gratificante de forma intrínseca: cuando demostramos curiosidad acerca de algo y descubrimos lo que buscamos, nuestro cerebro genera actividades en neuronas relacionadas con la satisfacción. Desde el punto evolutivo, esto tiene sentido, ya que el conocimiento, junto con el instinto, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
A finales del siglo XIX el trabajo de los naturalistas científicos gozaba de su mejor momento y tal vez el ilustrador más popular de estos obsesivos de la observación fue Ernst Haeckel (1834-1919). Su “Kunstformen der natur” (Formas artísticas de la naturaleza) de 1904 es un libro de culto lleno de fantásticas esporas, erizos, hojas, crustáceos, fractales y cuanta forma y patrón uno pueda imaginar. Lo que las hace más fantásticas es el hecho de ser absolutamente reales.
Haeckel observaba, diseccionaba y apartaba capas (como quien pela una cebolla) para conocer las formas de estas especies y al hacerlo, entenderlas. Quería encontrar relaciones, parecidos y diferencias. Quería saber de dónde venía todo y sobre todo hacia dónde se dirigía. El ilustrador Nicolás Henry-Jacob (1782-1871), a su vez, finalizó en 1849 su delicada serie de ilustraciones de la anatomía humana pensada como una guía para la “medicina operativa”. Era en conjunto un manual para navegar el cuerpo y encontrar aquello que no encajaba, aquello roto, y así poder repararlo.
Así como Haeckel buscaba patrones y simetrías en las formas de la naturaleza, Henry-Jacob buscaba entender el aparente caos que reinaba en el cuerpo humano una vez que levantaba su piel. Lo que ambos buscaban en realidad, era entender. Partiendo del mismo punto, ¿se podría explorar una identidad y mostrarla como si tuviera peso, volumen y masa? ¿cómo diseccionarla para entenderla? ¿cómo deconstruirla? y aún más importante, ¿cómo crear un modelo de esta identidad, un esquema, un mapa que cumpla una misión iluminadora y que a través del conocimiento logre salvarla?
Primero hay que querer explorar. Antes que el conocimiento, la curiosidad.
II – La aguja
Ya desde su etapa en la escuela de arte, Sofía Ramírez estaba interesada en el rol de la mujer como ser integral de una comunidad. Su interés en los trabajos de naturaleza comunitaria habitualmente asociados a grupos formados por mujeres, tales como los círculos de bordado o el quilting, se hacían evidentes. Sin embargo, aunque estas son técnicas que tradicionalmente se realizan en grupo, buscando balancear la carga laboral de una comunidad, ella las realizaba sola.
Es lejos del mundo del arte que Ramírez encuentra un espacio donde crear junto a otras mujeres, hallando luego una comunidad de tejedoras y bordadoras con quienes construye estructuras, crea lazos y establece redes. Es durante ese proceso donde aprende a darle forma al vellón en crudo como quien cultiva en un laboratorio un órgano, un corazón o un sistema reproductivo. De alguna manera siempre parecía querer conectarse, como si aquel hilo rojo con el que bordaba debiera unirla a todas ellas; la línea del bordado se volvía el hilo conductor que de alguna manera convertía a todas las mujeres en una sola.
III – La mujer y la cebolla
Hoy Sofía Ramírez quiere sobre todo entender y pertenecer, y presenta en esta primera exhibición individual una serie de piezas hechas en vellón de lana que, así como las ilustraciones naturalistas del siglo XIX, registran aquello que ha observado, utilizando formas suaves, controladas y serenas que son el resultado de un proceso de análisis metódico, de la paciencia con que se han realizado y del ritmo marcado por la técnica que ha elegido. En este caso, Ramírez aplica todo lo que ha aprendido y trabaja de manera experta con técnicas tradicionales de afieltrado con aguja y modelado de vellón con agua.
Luego de estudiar los nueve tipos de personalidades presentes en el enagrama aplicado en la terapia Gestalt, la artista se descubre a sí misma como un tipo 2- Conservación: “Yo, lo más importante”, una persona que desea más que nada ser amada. Es la localización de aquella necesidad de amor incondicional lo que ella busca en el espacio más puro y crudo de la psique. Es tal vez por eso que busca la unión con ese arquetipo de mujer/comunidad. Tal vez lo que busca, finalmente con este proceso, es volverse amor.
En su libro “Los grandes Naturalistas”, Robert Huxley describe el estilo artístico de estos ilustradores como una obra en donde no encontraremos desequilibrios o formas rotas e irracionales. Las piezas tienen una lógica visual basada en la comprensión del funcionamiento de las cosas; aquello que es observado es comprendido y las ilustraciones son elaboradas para reflejar este saber. Es de esta manera como Sofía Ramírez nos muestra el íntimo resultado del largo proceso, mental, sensorial y manual de la deconstrucción de su propia identidad con el solo fin de poder entenderla.
Cada pieza en la exhibición representa una capa que la artista ha ido levantando casi quirúrgicamente, observando con detenimiento, como quien que va pelando una cebolla, para así llegar al núcleo, a la célula, al centro mismo de la persona que es y que podría llegar a ser.
Somos ahora testigo y parte del proceso y es solo frente a nosotros donde podrá volver a unir sus partes, como quien va cosiendo, como quien va bordando, como quien, finalmente, va entendiéndolo todo.
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